Las flores del Rosario

« Artículo de M. Zúndel en el Correo de Ginebra, el domingo 4 de octubre de 1925. Para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. No editado (1)

Oficios demasiado sublimes

Los monjes cantaban — y el pueblo, detrás de las barreras, escuchaba: aspirando la paz que con el murmullo de la salmodia invadía las naves vivas donde el Espíritu de Dios envía su Soplo Creador sobre las almas orantes.

Y en el salterio recorrido enteramente cada semana, se escuchaba a David, y a Moisés, y a Salomón, y a los profetas en su turno, — y a los apóstoles y los doctores: Agustín, Jerónimo, Gregorio, y Beda el Venerable. Y era un poema sin igual, y una enseñanza aún más magnífica, el que dispensaba a cada hora del día la luz, desde lo alto de los vitrales.

Pero no todos lo entendían. — El latín se había hecho lengua de doctos. Los libros eran escasos. Y muchos no sabían leer.

La mayoría probablemente no tardaría en abandonar los oficios demasiado sublimes, y a perder la santa familiaridad con la iglesia, sin la cual Dios termina por ser extranjero al trabajo del hombre. Podían temerlo, refiriéndose al curso ordinario de las cosas. ¿Pero cómo evitar esa indiferencia funesta?

¡No se podía pensar en traducir en lenguas apenas susceptibles de escribirse que se perfilaban entonces, todas las riquezas acumuladas en las hojas iluminadas de los antifonarios! (2)…

Como una guirnalda de rosas

Entonces fue cuando comenzó a florecer el ROSARIO y a la antigua salmodia se unió la nueva: tantas avemarías cuantos cánticos del Libro sagrado, tantos padrenuestros cuantas decenas de avemarías, con igual número de Glorias: se obtenía así un manojo de oraciones conocidas de todos, un salterio maravilloso, cuyas páginas serían los granitos de madera que se deslizaban sobre los dedos santamente unidos, como las semillas en las manos del labrador. Pero para más gloriosas cosechas. (3)

El pueblo tenía ahora una razón precisa para reunirse. Y cuando en el coro terminaban la última antífona, el pueblo prosternado sobre las baldosas deslizaba con ritmo la corona mística. Un oficio seguía el otro — el breviario de los humildes, el breviario de los sabios — pero la misma adoración ordenaba una y otra liturgia, y el mismo fervor de Amor.

También eran los mismos Misterios, evocados comúnmente por laicos y clérigos.

Es en efecto una admirable economía: ni la celebración del oficio ni la recitación del Rosario exigen fidelidad servil de la mente a las palabras pronunciadas.

Por eso el texto se utiliza ante todo como elemento musical. Lo que se pide a las palabras — como en toda música vocal — es, en efecto, mucho menos que den a la inteligencia temas precisos de meditación, sino que creen un ambiente en que el alma pueda desarrollarse sin entrabas en el Objeto que la atrae.

El cuerpo, habiendo gastado parte de sus energías — la parte regulada que impide el desborde de la sensibilidad en búsquedas malsanas, escapa sin esfuerzo a las pequeñas manías engendradas por una inmovilidad silenciosa: lejos de obstaculizar la oración, la carne, tranquilizada por el ritmo, rendirá a su manera honra a Dios por el ser que de Él ha recibido.

Y el hombre todo entero estará en orden.

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La Virgen de la fiesta del rosario, de Albrecht Dürer, Venecia, 1506, óleo sobre madera.

 

La continuidad de la liturgia y la contemplación

Entonces el Maestro interior le enseñará toda la verdad y los Misterios de Cristo y de la Virgen, como realidades vivas, moverán su razón y su corazón.

Los Misterios gozosos, dolorosos y gloriosos: los quince Misterios del Rosario en que toda la fe está magníficamente resumida.

Así se concilian las exigencias de la oración vocal y de la oración mental y se afirma la continuidad de la liturgia y la contemplación.

Así es como la Iglesia hace brotar de todas nuestras facultades un cántico a la gloria del Rey.

Y así se difunde la gracia en nuestros labios.


(1) Fiesta de Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre. El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar en Grecia la batalla naval decisiva de Lepanto. La Santa Liga que el papa Pío V movilizó contra el imperio otomán. La tradición católica (con Pío V, Felipe II de España) le atribuyó la victoria a la Virgen María, y así, el aniversario de la batalla se inscribió bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario en el calendario litúrgico.

(2) Libro de iglesia en que están notadas las antífonas y los cantos del oficio.

(3) Al origen, el Rosario fue dado a Santo Domingo como nuevo método de predicación, para exponer los principales misterios de la vida de Nuestro Señor, entrecortados por la recitación de padrenuestros y avemarías. Luego se convirtió el Rosario en una devoción de la piedad popular.

sij 25 1001

07/10/2019

Déjà publié sur le site le : 07-08/10/2015

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