30-31/01/2014 – La humanidad de Don Bosco

Conferencia
de Mauricio Zúndel en el “Instituto LA LONGERAIE” (Padres Salesianos), en MORGES – (cerca de Lausana), febrero de 1948.

 

¿Podemos actuar de manera diferente de lo que somos? La experiencia nos dice que no: “Para el camarero no hay grandes hombres.

 

Es decir que se puede simular durante un momento, pero no todo el tiempo. Tarde o temprano, lo natural se impone y después de desempeñar su papel, la persona aparece tal como es. Esta verdad es quizá triste, pero es la verdad. Somos a menudo injustos y crueles, por no reconocerlo. Reprochamos a los demás lo que son, sin ver que no pueden ser distintos sin nacer de nuevo.

 

No tomemos esto por una simple imagen. Al venir al mundo, el niño tiene la posibilidad de una libertad creadora, pero ya tiene el peso de toda la realidad de un mundo que lo somete a innumerables determinismos. En otros términos, tiene una naturaleza animal cuyos impulsos se disparan solos, mientras que su naturaleza humana solo representa una exigencia por realizar.

 

La primera le oculta casi fatalmente la segunda, porque lo natural le parece más real que algo que no existe todavía. Ahí está todo el problema de la educación: se trata de hacer experimentar el equilibrio de las virtudes como más real que el tumulto de los instintos.

 

Digo hacer experimentar y no enseñar. Es necesario que la persona reconozca en su interior que el bien es su felicidad y su libertad. Entonces su visión debe cambiar y descubrir en sí misma un nuevo ser. Pero ese nuevo ser no nacerá si nosotros no consentimos en engendrarlo con un avance de amor totalmente gratuito, imitando la caridad divina “que llama lo que aún no es como lo que es.

 

La ecuación que representa todo ese proceso es la siguiente:

Educar humanizar transformar engendrar amar:
hasta el don total de sí mismo.

 

Es todo el genio de Don Bosco(*): “Dedicaré mi vida a los niños. Los amaré y me haré querer de ellos. Si se dañan es porque nadie se ocupa de ellos. Me dedicaré a ellos sin medida.

 

Y ese es también el secreto de la santidad. Pues para darse sin reserva a seres que son aún prisioneros de sus instintos, hay que contemplar sin cesar el rostro divino escondido en su alma embrionaria y en espera, para difundir en ellos su luz y que su corazón se abra en un consentimiento libre al contacto de una ternura humana suficientemente transparente para ser el sacramento del primer amor.

 

La mirada y la sonrisa de don Bosco son prueba de una agudeza prodigiosa, de la atención interior que penetra el alma hasta el punto en que ella se revela como santuario de Dios. Y quizás él es el santo que nos enseña con mayor sencillez: que es lo mismo identificarse completamente con el hombre e identificarse perfectamente con Dios.

 

Por eso, su vida me parece la ilustración más límpida del texto que ilumina la noche de navidad con una luz revolucionaria:

 

Se han manifestado la bondad y la humanidad de Dios nuestro Salvador.

 

(*) Don Bosco nació en 1815 en Castelnuovo d’Asti, en el Reino de Sardeña. Murió el 31 de enero de 1888, en Turín, Italia. Fue proclamado santo en 1934 por la Iglesia católica, y su fiesta es el 31 de enero. Fue un sacerdote italiano que dedicó su vida a la educación de niños de medios desfavorecidos y que fundó, en 1954, la Sociedad de San Francisco de Sales, más conocida como la “Congregación de los Salesianos”.