16-19/06/2017 – Eucaristía y redención universal

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Cenáculo de Ginebra, 31 de enero de 1971. Homilía al comienzo del encuentro. Ya publicada en nuestro sitio, el 5/08/2009.

Resumen: En el misterio de la Eucaristía se realiza la obra de nuestra redención. Tenemos que vivirla a la escala del universo pues concierne toda la Historia, toda la Humanidad y todo el Universo.

En Dios todo es recuperable. Nuestra tarea es ilimitada

Cada vez que celebramos el misterio eucarístico se realiza la obra de nuestra redención. El misterio de la Redención tenemos que vivirlo a la escala del universo pues concierne toda la Historia, toda la Humanidad y todo el Universo.

Otra vez estamos reunidos para celebrar la Eucaristía, y cada vez que se realiza esta liturgia, cada vez que celebramos el misterio eucarístico, se realiza la obra de nuestra redención. El Misterio de la Redención viene a nosotros esta mañana. Tenemos que vivirlo a la escala del universo, porque la Redención concierne precisamente toda la Historia, toda la Humanidad, todo el Universo.

Aunque la visión del hombre sea bíblica desde el comienzo del mundo, cuando Jesús aparece su venida representa un acontecimiento cósmico, universal y único, un acontecimiento que concierne toda la Historia, toda la Humanidad, todo el Universo.

Esto quiere decir que en el advenimiento de Jesús, todo lo que había pasado vuelve a ser presente, todo lo que no estaba terminado puede realizarse, todo lo abortado puede llegar a ser vida eterna.

Digo justamente a las mujeres que por cualquier razón hayan interrumpido embarazos, pueden continuar el embarazo y dar a luz para la vida eterna al hijo que no llegó a término y quedó inacabado, pueden bautizarlo en el amor. Jamás es demasiado tarde porque en Dios todo es recuperable.

Cada uno de los que participamos en el misterio de la Santa Liturgia, cada uno de nosotros, está llamado a ser redentor, en el mismo sentido que Jesús.

La situación particular de una mujer ante un hijo que no ha llegado a término es la nuestra ante toda la Historia y todo el Universo. Y eso tiene consecuencias infinitas ya que cada uno de los que participamos en el misterio de la Santa Liturgia, cada uno de nosotros está llamado a ser redentor, en el mismo sentido que Jesús.

Dios está presente en el centro del círculo

A medida que las perspectivas retroceden en el pasado, a medida que los capítulos de la vida se alejan de nosotros, y que debemos contar no siglos sino millones de años, nuestra tarea crece en la misma proporción.

No hay un solo ser que no pueda encontrar hoy su plenitud en este advenimiento de Jesucristo en el misterio de la liturgia.

No hay un solo ser, ya sea animal, o vegetal o mineral, cuya vida haya sido fracaso, no existe un solo ser que no pueda volver a encontrar hoy su realización en el advenimiento de Jesucristo.

San Pablo describe el término de la creación, su gemido, su parto, su espera de la revelación de la Gloria de los hijos de Dios, y así estamos llamados a ponernos hoy a la obra en nuestra verdadera tarea, la tarea ilimitada, verdaderamente cósmica, que concierne toda la Creación que vino antes, y toda la creación que está con nosotros, y toda la creación que viene después.

Entonces, justamente, si Dios es la Presencia en el centro del círculo y la circunferencia representa el tiempo, Dios está presente en el centro del círculo que hace contemporáneas todas las cosas, que hace de todos los seres una inmensa reunión en el presente de hoy.

Evidentemente, debido a nuestros particularismos, debido a la división de la existencia en el tiempo, estamos por lo general infinitamente lejos de esta perspectiva, nuestra vida es roída por intereses muy limitados, y es muy raro que consideremos todo el conjunto de la Historia como una tarea que debemos realizar.

Y justamente, es lo que vamos a emprender a partir de esta Misa y todas las veces que este Misterio se celebre, llega la hora de nuestra redención, es decir que todo el Universo, toda la Historia, toda la Humanidad, toda la Creación es puesta en nuestras manos. Desde este punto de vista, tenemos una esperanza inmensa.

Dar nacimiento a lo que fue abortado

El fracaso de la historia, el fracaso de las naciones, el fracaso de los individuos, el fracaso de los animales, el fracaso de toda la naturaleza física, todas las catástrofes, todos los fracasos de la creación, no son definitivos, todos son recuperables en la Presencia de Amor del Señor, el cual se quiere realizar hoy en nosotros. Y en la medida en que se realice, en la medida en que nosotros pongamos un consentimiento más profundo, podrá volver a hacer lo que no ha sido hecho, y dar nacimiento a lo que ha sido abortado.

Si entramos en el silencio al que somos invitados por la liturgia misma, si logramos acallar todos los ruidos, si encontramos en nosotros el punto de origen en que la vida se enraíza en Dios, estaremos al comienzo de todo, estaremos al comienzo del mundo, al comienzo de la vida, al comienzo de la humanidad, y no hay acontecimiento de la historia que no pueda hacerse presente por esta vía.

Entrando en el secreto de la Redención que se nos confía, le daremos pues a nuestra vida su verdadera dimensión y podremos sentir en el fondo de nuestros corazones la certeza de que si Cristo es Redentor, nosotros lo somos con Él, de que la Cruz no es un simple acontecimiento histórico sino un acontecimiento eterno.

Entrando en el secreto de la Redención que se nos confía, le daremos pues a nuestra vida su verdadera dimensión, podremos sentir en el fondo del corazón la certeza de que si Cristo es Redentor, nosotros lo somos con Él, la Cruz no es un simple acontecimiento histórico, un acontecimiento del pasado, sino un acontecimiento eterno, precisamente origen de la esperanza que no termina nunca, y que nos permite esperar la recuperación de todas las criaturas, es decir, finalmente, la cicatrización de todas las heridas que Dios no ha cesado de sufrir en el curso de la Historia, ya que todos los males que han afectado el Universo, la vida y la Humanidad, todas las catástrofes, fueron heridas al corazón de Dios.

Inscribir en nuestro corazón la vocación de redentor

Ahora se trata de curar las heridas, de bajar a Cristo de la Cruz, y, dejándolo resucitar en nosotros, de resucitar toda la Historia, toda la Humanidad, todo el Universo.

El Cuerpo de Cristo que se va a realizar a través de la Consagración no es solo el Cuerpo del Señor en su singularidad, sino el Cuerpo inmenso de la Iglesia que comprende toda la Humanidad, toda la Historia y todo el Universo.

Es lo que trataremos de vivir a nuestro nivel que es el de nuestra generosidad, entrando justamente en el silencio que es el silencio de eternidad. El Cuerpo de Cristo Se va a realizar a través de la Consagración, el Cuerpo de Cristo no es solo el Cuerpo del Señor en Su singularidad, sino el Cuerpo inmenso de la Iglesia que comprende toda la Humanidad, toda la Historia y todo el Universo. Y ese es el acento que vamos a poner en estas palabras eternas,

« Esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre »

Trataremos de decirlas justamente, sobre este Misterio, pidiendo a Jesús en nuestro corazón la vocación de redentor.

Pasando al lado del mal, recibiendo las terribles noticias que nos llegan cada día por los periódicos, la radio o la televisión, estando informados de todas las deformaciones y de todos los fracasos, de todos los sufrimientos, de todos los desgarres, de todos los duelos, de todas las catástrofes que nos hacen signo, nos requieren y nos movilizan exigiendo nuestra presencia, actuaremos como cristiano redentor con Cristo Redentor, para abrazar con Su Amor toda la Humanidad.

Si nos ponemos ante todos los seres vivos que deben resucitar en un instante mediante la Presencia del Señor vivida en la nuestra, la Historia se va a realizar, y muchedumbres innumerables que esperan la luz entrarán hoy al cielo interior a nosotros mismos, que Dios hace desposar con la Creación para colmar todo ser de Su Presencia y Su Amor.

Mirando todas estas cosas, reuniendo todo el pasado, vamos a entrar ahora en el Ofertorio que será para nosotros el Ofertorio del Mundo, el Ofertorio de toda la Creación, para que toda criatura entre para siempre en el Gozo del Señor, y que todo ser sea transformado en la Sangre de Jesús.