La religión cósmica, los tres niveles de conocimiento

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« 3ª conferencia de retiro producida por Maurice Zundel, en abadía de Timadeuc en Bretaña en abril de 1973. Retiro escrito en el libro: Fidélité de Dieu et grandeur de l’homme. Se añadieron los títulos y apartados.

Resumen: Una forma de religión connatural para la ciencia y el arte, una especie de religión cósmica, no es extranjera al cristianismo. Hay tres grados de conocimiento: un conocimiento sensible, científico, e interpersonal. El mundo propiamente humano se rige por el conocimiento interpersonal. El conocimiento de Dios se sitúa en este último orden, el cual conocemos en medida que nos comprometemos.

 

La sensación mística es la semilla de toda verdadera ciencia

La emoción cósmica y el culto de la verdad

Dos testimonios científicos, es decir más bien dos testimonios de sabios que concuerdan en cierto modo con los testimonios cristianos sobre los cuales hemos meditado esta mañana.

El primero de ellos es Einstein, en un librito admirable que se llama “Einstein y el Universo”, escrito por Lincoln Barnett, con prefacio de Einstein:

“La más hermosa y profunda emoción que podamos experimentar es la sensación mística. Es la semilla de toda verdadera ciencia. El que desconoce esta emoción, el que ya no tiene la posibilidad de sentir admiración y de llenarse de respeto, es como si estuviera muerto. Saber que lo impenetrable existe realmente y se manifiesta a través de la más alta sabiduría, la belleza más radiante, sabiduría y belleza que nuestras pobres facultades sólo pueden comprender en su forma más primitiva, ese conocimiento, ese sentimiento, está en el centro de la verdadera religión”.

En otra ocasión declaraba:

“La experiencia religiosa cósmica es la razón de las investigaciones científicas más fuertes y nobles. (…) Mi religión consiste en una humilde admiración hacia la mente superior y sin límites que se revela en los más finos detalles que podamos concebir con nuestras mentes débiles y frágiles. La profunda convicción sentimental de la presencia de una razón poderosa y superior que se revela en el incomprensible universo, esa es mi idea de Dios”.

Por su parte, Rostand, en un libro intitulado: “¿Se puede modificar al hombre?” canta este himno a la verdad:

“¿Qué llevaría al hombre de ciencia, qué lo sostendría, si no la extraña pasión de conocer? A pesar de sus defectos y sus vicios, decía Carlos Richet, los sabios tienen todos la misma alma: todos tienen el mismo culto de la verdad en sí, todos están animados por un pensamiento común: el amor de la verdad escondida en las cosas. Sí, los enamorados de la verdad no piensan en las consecuencias, en las aplicaciones posibles de lo que van quizás a descubrir, o si piensan, es simplemente porque testimonian de connivencia con lo real. Lo que desean, lo único que puede justificar a sus ojos el ‘vivir’ es simplemente alcanzar “lo que es”. Aman la verdad en sí misma, de manera imperiosa, irracional, incoercible, intransigente. La aman como siempre se ama: porque son “ellos” y porque es “ella”. La aman tanto que es para ellos un honor y casi un gozo proclamarla cuando va contra su gusto.

Y por eso no admiten, no soportan que por ningún motivo, por ninguna causa, por ningún ideal tan elevado como pueda parecer, la deformen, o simplemente le añadan algo. Sirven a la verdad con devoción y sin escrúpulos, persuadidos de que no se puede ir nunca demasiado lejos en el celo por ella, y satisfechos de poner a su servicio la pasión, el calor, el furor que en todo otro lugar sería su enemigo. Saben que la verdad es ardua, que es frágil, que, como el Dios de Chestov, uno corre el riesgo de perderla cuando cree poseerla. Saben que uno no se acerca a ella sin haberse superado (1), que no es ella lo que contenta y lo que calma, que ella nunca está donde se grita, como decía Vinci, y casi nunca está donde se habla… el Amor de lo que ES, y simplemente porque ES, Amor y no simple curiosidad… Porque piensan — los sabios — que lo que ES supera todo lenguaje humano y que es más sensato, hay más grandeza y poesía en ese verbito “ES” que en los más majestuosos epítetos”.

Una forma de religión connatural para la ciencia y el arte

Vemos pues surgir, vemos expresarse y en forma magnífica, la historia de una religión cósmica, que no es extranjera a nuestra piedad, la religión cósmica que brilla en el gran “benedícite” y que resurge con tanta frecuencia en los salmistas, la religión de la que Pierre Terrier, gran sabio católico, dio admirable testimonio en “El gozo del conocimiento”.

Hay pues una especie de religión en cierto modo connatural a la investigación científica, y que aparece, que se revela por doquiera donde se encuentre verdadero genio, sea el genio del artista o el genio del sabio, por todas partes vemos ese respeto, ese sentimiento de admiración frente a una presencia en la cual uno desaparece para tratar de expresarla lo mejor posible. Y ciertamente muchos que se dicen ateos conceptualmente, viven esa religión intensamente, y muchos de nuestros contemporáneos que son indiferentes a la dogmática cristiana — sin haberla comprendido ni asimilado nunca — irían hasta allá: aceptarían esa emoción cósmica, aceptarían que uno no es hombre si ha perdido la capacidad de sentir admiración y respeto.

Nos equivocaríamos profundamente si desconociéramos la importancia, la grandeza y la verdad de esa religión cósmica que es simplemente la percepción de una Presencia en el universo, que lo hace habitable para el espíritu (la mente).

Dios es como un teorema; la predestinación

Por contraste, puede a veces impresionarnos ver profesionales de la teología tan poco sensibles al esplendor del mundo, tan poco sensibles al esplendor de la verdad. Nos impresiona verlos exponer a veces a Dios como un teorema, como una serie de afirmaciones encadenadas lógicamente, pero no encarnadas en la vida.

Quiero evocar aquí, como especie de ejemplo de esa teología del objeto donde parece no tratarse sino de fórmulas lógicamente encadenadas, evocando una lección sobre la predestinación, o mejor, sobre la predeterminación física del acto libre en un curso del “Angélico” (2). Naturalmente, el primer principio es: Dios es la Causa Primera…” ¡Primera, primera, primera! “Luego” se basta perfectamente a Sí mismo, “luego”, Se ama y ama todo en relación consigo Mismo, “luego”, Se conoce y en Sí conoce todo y no aprende nada de nadie, “luego” es colmado y perfectamente feliz y no puede recibir nada de nadie, “luego”, no conoce a sus elegidos por lo que ellos le enseñan y su consentimiento a la gracia que se les ofrece — porque si aprendiera algo de ellos, así fuera la elección que harían de su salvación, Él aprendería algo de alguien y dejaría de ser la Causa Primera. (3)

Por consiguiente Él conoce a sus elegidos porque decidió, antes de todo conocimiento o mérito de nadie, ya que el mérito es fruto de la gracia que Él va a dar — decidió dar a algunos una gracia intrínseca e infaliblemente eficaz, que obtiene sin falla su efecto. Luego, son elegidos todos aquellos a quienes Él decidió libremente dar gracias intrínseca e infaliblemente eficaces.

Y en cuanto a los demás, ¿cómo conoce su no elección, que será concretamente su condenación? La conoce porque decidió no darles gracias intrínseca e infaliblemente eficaces, sino gracias simplemente ‘suficientes’, las cuales, por definición, no son suficientes para salvarlos. Por otra parte, eso no tiene ninguna importancia porque si los elegidos glorifican a Dios en Su misericordia, ¡los condenados lo glorificarán en Su Justicia! ¡Dios gana en todos los tableros!

Dios en la lógica de objeto

¡Estos principios rigurosamente afirmados tendrán además consecuencias históricas! Como un colega — profesor de teología en la Universidad de Friburgo (4) — había planteado modestamente la pregunta: “¿No se podría considerar un acto de contrición imperfecta hecho (“elicitado”, en el texto) simplemente bajo influencia de una gracia simplemente suficiente?” — Entonces fue el incidente, una polémica que incendió la Orden toda: “eversio thomismi!” ¡Es el derrumbamiento del tomismo! Si se admite que el más mínimo acto sea emitido (“elicitado”) — el más mínimo acto solitario — sin una gracia intrínseca e infaliblemente eficaz, todo está perdido. Y la Orden estuvo tan incendiada que el General mandó a las Filipinas al profesor que había tenido la impudencia de hacer tal pregunta, y murió allá su bella muerte… en nombre de la gracia intrínseca e infaliblemente eficaz.

Es evidente que si Dios es un teorema, si está sometido a esa lógica de objeto, no hay razón de inquietarse por la salvación, si no por sí mismo: lo mismo Le da, ya que de todos modos Lo glorificamos, ya sea por nuestra eterna felicidad, ya por la eterna desgracia: Él gana en todos los tableros, luego, ¡nuestra salvación sólo nos importa a nosotros!

¡Estamos bien lejos del misterio de la Redención! ¡Estamos bien lejos del arrodillamiento del lavatorio de los pies! ¡Estamos bien lejos de la Eucaristía! ¡Estamos bien lejos del Sagrado Corazón!

Evidentemente la teología del objeto puede en cierto modo presentarse como una manera muy humilde y modesta de escudriñar las profundidades de Dios, y puede ser verdad: ese buen repetidor que nos aburría hasta la muerte todas las mañanas de nueve a diez: « Ad quid? » « Ergo … » Ad quid? Ergo … Ad quid? Ergo … Ad quid? ergo… : ya se tratara de la Trinidad, ya de los Ángeles, de Jesucristo: Ad quid? Ergo … Ad quid? Ergo…

Pues bien, era un hombre de Dios, claro está… pero en fin, ¡se hubiera podido entrar en el Evangelio por vías más espirituales! Y esto nos obliga a plantearnos una pregunta grave. Es una pregunta epistemológica:

¿Cuáles son los medios de conocimiento?”

Los tres niveles de conocimiento en el hombre

Podemos distinguir tres niveles de conocimiento en el orden natural. (5)

El conocimiento sensible

El primero es un conocimiento sensible: estamos sumergidos en un conocimiento sensible con el cual nos identificamos constantemente. Este conocimiento proviene de que nosotros somos una fracción de universo, tenemos las raíces en el cosmos, la savia del universo circula en nosotros, todos los poros respiran el universo, el inconsciente es amasado por él, tanto que el conocimiento común, que invade todas las conversaciones o casi, que invade la radio y la televisión, ese conocimiento es conocimiento subjetivo y pasional. Es un conocimiento cálido, un conocimiento que inflama los partidos y forma los partisanos, un conocimiento en fin que es nuestro modo habitual de conocer. Este conocimiento es necesariamente parcial, ya que se funda en una subjetividad pasional.

El conocimiento científico

Existe otro conocimiento que es el conocimiento científico. Este modo de conocimiento es relativamente reciente, quiero decir que el método que lo funda es relativamente reciente ya que Galileo es un de su fundadores con Descartes.

El conocimiento objetivo pudo constituirse sólo eliminando todas las opciones personales. Sustrajeron este conocimiento a la filosofía, lo constituyeron en virtud de un método riguroso que permite a todos, definiendo rigurosamente el campo de la experiencia, mostrando por qué procesos, por qué cálculos se han obtenido los resultados presentados, y ofreciendo por otra parte a los demás — a los demás sabios competentes — la posibilidad de verificar todas las conclusiones mediante la repetición de las experiencias realizadas. Además, las verificaciones se sitúan en el campo de lo mensurable, es decir, finalmente, en un terreno material cuya esencia está constituida a partir de necesidades experimentales siempre verificables en un campo materialmente verificable o investigable.

Y el conocimiento científico que nos llevó hasta la luna y nos llevará mucho más lejos todavía. Este conocimiento es el único lenguaje común que los hombres hayan inventado hasta hoy: lenguaje admirable, ya que permite a rusos y americanos, a japoneses y españoles, a indios y egipcios, a franceses e irlandeses, en fin, a cualquiera que tenga competencias suficientes y disponga además de los instrumentos indispensables, seguir personalmente el mismo itinerario y verificarlo.

Nada es más precioso que el lenguaje común, nada es más digno de respeto, pero evidentemente, ese lenguaje común que ha logrado tantos éxitos, que ha hecho progresar sin medida la humanidad en el campo técnico, y sólo estamos comenzando, ese conocimiento confiesa sus límites ya que está constituido por la confesión misma de sus límites, es decir que toda opción personal queda excluida: el sabio como tal no se implica sino a partir de un punto original que es el centro y el foco de su investigación, y a partir de ese punto original desarrolla todas las consecuencias necesarias y además necesariamente verificables.

Pero si quiere lograrlo, está obligado a hacer abstracción de todas sus opiniones sobre la vida, la muerte, el bien, el mal, el comienzo del mundo y su término, sobre Dios o contra Dios. Todas esas opciones deben ser cuidadosamente eliminadas de su campo de investigación, justamente porque son diferentes para los diferentes sabios venidos de todos horizontes. Esas opciones son diferentes, varían además en la misma persona, la cual puede cambiar y progresar, o al contrario, regresar en la dirección personal de su vida. Es entonces con esta condición que la ciencia puede constituirse, eliminando toda opción personal.

la ciencia como tal y fiel a su método, no tiene en absoluto nada que decirnos sobre ninguno de los problemas humanos.

Esto quiere decir que la ciencia, quiero decir la ciencia como tal, fiel a su método, no tiene en absoluto nada que decirnos sobre ninguno de los problemas humanos que se nos puedan plantear. El sabio como hombre y en la medida en que se compromete como todo el mundo, podrá decirnos en función de su experiencia lo que le parece conveniente hacer o decir en tal o cual circunstancia, pero su autoridad de sabio es nula en ese campo, habla entonces como hombre, al mismo nivel que los demás, y nada es más peligroso justamente que la confusión de los órdenes diferentes, y que acordar a un sabio — por ser sabio, es decir competente en su disciplina — una competencia respecto de los problemas de vida.

Jacques Monod cometió un grave error, justamente, queriendo sacar de la biología molecular una filosofía. Un sabio puede ser filósofo, pero entonces tiene sólo la autoridad del pensador que pueda ser, y su ciencia no puede caucionar en modo alguno sus opiniones de filósofo, si su ciencia es fiel a su método y rehúsa extrapolar.

El conocimiento científico es un conocimiento admirable, indispensable, infinitamente precioso, pero limitado por el método mismo que lo funda, y da un elemento de ascetismo indispensable al hombre que quiere tener cuenta del grado de conocimiento. Además, Henri Poincaré decía admirablemente: “La ciencia habla en indicativo, jamás en imperativo”. Hace conocer energías, no dice qué hacer con ellas; se las puede utilizar para destruir el universo o para construirlo: eso no lo decide la ciencia, la ciencia sólo habla en indicativo.

El conocimiento interpersonal

Existe un tercer nivel de conocimiento, que es el que nos interesa más, ya que es el nivel en que se sitúan todas las relaciones humanas: es el conocimiento interpersonal.

Todas las relaciones humanas se rigen por el conocimiento interpersonal.

El conocimiento interpersonal es evidentemente el conocimiento más precioso, es el conocimiento que un hombre tiene de su mujer, la mujer de su marido, un padre o una madre de sus hijos, los hijos de sus padres, los amigos de los amigos, en fin, todas las relaciones humanas se rigen por el conocimiento interpersonal. Pero el conocimiento interpersonal es un conocimiento que es proporcional al compromiso que uno asume al abrirse para acoger a los demás: es un conocimiento fundado en la reciprocidad.

Un sabio en su laboratorio debe ser finalmente sólo una especie de computador que graba. Si es fiel al método, puede ser un canalla en privado, ¡eso no tiene mucha importancia! Al contrario, en el conocimiento interpersonal, el compromiso es lo que más cuenta.

¿Cómo llega el marido al conocimiento de su mujer, sino evidentemente por el don de sí mismo? Mientras más se abre, mientras más generoso sea, mientras más delicado sea, mientras más sentido de los matices tenga, mientras más se eclipse para hacerla feliz, más llegará al fondo de su alma, porque ella sólo podrá mostrar el fondo de su alma a un ser que es digno de ello, y recíprocamente.

¡Los padres estarán en la misma situación para con los hijos, los hijos para con los padres, los amigos frente a los amigos! Es un conocimiento recíproco, conocimiento proporcional al compromiso tomado personalmente, ¡a mayor compromiso, mayor conocimiento, a menor compromiso, menor conocimiento, y si no hay compromiso ya no hay conocimiento!

Una mujer divorciada me decía la indiferencia absoluta que sentía cuando encontraba a su ex-marido en la calle, aunque lo había amado al comienzo del matrimonio y había creído comprometerse para toda la vida. Las infidelidades de su marido acabaron por cansarla y, finalmente, ya no lo veía como marido, lo veía como un cualquiera que cruzamos en la calle, de modo que ya yo sentía la más mínima emoción cuando lo encontraba.

Un mundo humano es, precisamente, un mundo regido por el conocimiento interpersonal: cuando ya no se produce ese conocimiento, la humanidad desaparece, los hombres quedan entonces reducidos a un conocimiento de objeto o, lo que es infinitamente más frecuente, al conocimiento pasional, en que la subjetividad tiene su carrera, y, desde luego, no se ve ningún medio de superar las fronteras de raza, de clase, de nación, de civilización, inclusive de religión, ningún medio de superar las fronteras si no se llega a ese conocimiento interpersonal en que uno hace el vacío en sí mismo para acoger al otro, en que la verdad es precisamente la luz que resulta del intercambio de las intimidades que se hacen transparentes la una a la otra por el don recíproco que hacen de sí mismas.

¿Dónde se sitúa entonces el conocimiento de Dios?

¿Dónde se sitúa el conocimiento procedente de la revelación?

El conocimiento de Dios se sitúa en un orden eminentemente personal

Un diálogo en el cual Dios se adapta al hombre (6)

Y justamente, acabo de recordarlo a propósito de la lección sobre la predeterminación física del acto libre, hemos con frecuencia olvidado, hemos perdido de vista que el conocimiento de Dios se sitúa eminentemente en un orden interpersonal, ya que Dios es eminentemente personal: existimos sólo por Él, por Él nos hacemos personas, pasando del “yo” posesivo, del “yo” prefabricado al “yo” oblativo. Es pues evidente que no podremos encontrarlo auténticamente sino en un conocimiento interpersonal, y eso comporta consecuencias inmensas en lo que respecta la revelación.

¿Es la Revelación, Palabra de Dios, un absoluto que cae del cielo? ¿Existe un teléfono celestial que nos ofrece el último boletín de noticias de lo que sucede en el cielo? ¿O es la Revelación un diálogo interpersonal que Dios instaura con la humanidad adaptándose a ella? Si la Revelación fuera un absoluto caído del cielo, si existiera un teléfono celestial, si la revelación fuera un boletín de noticias de lo que sucede en el cielo, estaríamos “encerrados” en cada palabra, que sería cada vez definitiva, y ¡estaría para siempre prohibido progresar! Una vez pronunciada, la palabra cerraría todo el horizonte y ¡sería la última palabra de todo lo que se puede saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre el universo!

Si se trata de un diálogo instaurado entre Dios y la humanidad, ese diálogo, como todo diálogo interpersonal, se adapta necesariamente al elemento más débil que es el hombre: por otra parte, Nuestro Señor lo dice formalmente: si habla en parábolas es porque la muchedumbre es incapaz de comprender más. Pero aún para con sus discípulos, y en la última conversación con ellos, según el evangelio de San Juan les declara: “Tengo todavía muchas cosas que decirles, pero ustedes son incapaces de comprenderlas. El Espíritu Santo los conducirá a la verdad entera”.

Los límites de la revelación

No cabe duda de que la revelación concebida como diálogo supone una adaptación de Dios al hombre. La Revelación no se sitúa al mismo nivel en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, en los Libros históricos y en ciertos Libros proféticos. El rostro de Dios es a veces disfrazado, mal conocido, si no desfigurado, por obra del hombre, ya que los límites de la revelación, fuera de la Revelación única que es Cristo en persona, los límites de la revelación no dependen de Dios sino del hombre.

Sucede con Dios lo que con una mamá que enseña a hablar a su hijito: ¡no comienza por recitarle a Platón en el texto griego, o las ecuaciones de Einstein! Balbucea con él para conducirlo a través del universo del lenguaje, para promover su capacidad de expresarse y de pensar; sería mala madre si actuara de otro modo, porque no le llegaría, le rehusaría el beneficio del lenguaje que es normalmente indispensable para equipar completamente la razón.

Dios balbuceó con la humanidad, fue la madre infinitamente atenta, infinitamente generosa, aceptó tomar un rostro que no es el suyo, que será felizmente corregido en la Revelación incomparable que resplandecerá en la Persona de Jesucristo. Y justamente, uno de los aspectos más conmovedores de la ternura divina, en la pobreza divina, es el haber aceptado ese rostro que no es el suyo, para llegarnos a nosotros, para tomar la humanidad donde estaba y conducirla a una inteligencia más profunda que es supremo secreto de Dios. Y eso implica consecuencias enormes, porque es evidente que muchos se escandalizan con el Rostro de Dios en el Antiguo Testamento.

Releyendo el año pasado en el texto hebreo los once primeros Libros de la Biblia, notaba yo la cantidad de palabras que significan “maldecir”… “¡maldecir!”… ¡Como si Dios se empeñara en arrojar la desgracia sobre el mundo! Eso, claro está, no tiene nada que ver con el Dios que se revela en Jesucristo; es una manera humana, de que tendremos ocasión de hablar en detalle, una manera muy humana y además inevitable, y por otra parte útil para la época, de acercarse a Dios. Pero nosotros que estamos en Cristo, que beneficiamos de la revelación definitiva, y vamos a ver por qué no podemos volver a esos elementos del mundo, por qué no podemos volver al pedagogo, como dice San Pablo con tanta vehemencia en la epístola a los gálatas, cuando les pide sobre todo no acabar con la fe regresando a la circuncisión: “¡Estabais corriendo tan bien! ¿Qué os llevó a aceptar otro evangelio que el que os prediqué?”

Estábamos bajo el pedagogo, ahora estamos en la edad adulta, donde la Ley ha dejado de ser válida (7). Es pues claro que se trata de entrar en un diálogo interpersonal, y de sugerirlo a todos aquellos con quienes estamos en comunicación.

¡Para conocerlo, nos tenemos que comprometer!

¡Nuestro Dios está en el centro del conocimiento interpersonal, para conocerlo es necesario comprometerse!

La inmensa mayoría de personas sensibles a una religión cósmica, que se conmueven escuchando música, y se conmueven de manera purificadora, que se sienten sanados en la música, curados de sí mismos al menos por un momento, aspiran todas a este encuentro. No hay que disfrazarlo: se trata de mostrarles en efecto que nuestro Dios es el más gran secreto de amor, que nuestro Dios está en el corazón del conocimiento interpersonal, y que para conocerlo es necesario comprometerse, y que el que no se comprometa no podrá conocerlo, ¡como el que no se compromete no puede contraer un matrimonio válido!

Es necesario que el hombre de hoy sienta la necesidad de Dios — y es incapaz de ello — o lo que es lo mismo, que sienta que la respuesta crística es la que le revela su necesidad al mismo tiempo que la calma.

¡Ustedes saben que hay vinos que son tan preciosos que revelan la sed porque la calman! Pues bien, el mensaje evangélico es ese vino infinitamente precioso: revela la sed al mismo tiempo que la calma.

Ante la Revelación estamos en un campo inmensamente libre, que es el de nuestra liberación. La Revelación, como vamos a verlo y lo sabemos, nos abre horizontes tan revolucionarios, tan actuales, tan candentes, tan apasionantes, que en efecto ¡la Buena Nueva es también la última noticia, que habría que imprimir en la última página de cada periódico como “La Noticia del Día”!

Retengamos pues la epistemología de tres niveles para no mezclar la pasión con la ciencia, ni la ciencia con la filosofía o la teología, para liberar la revelación de todo límite y para que escuchemos en el gozo de un encuentro, tendiendo el oído al Corazón de Dios que late en nuestro corazón”.


Notas

(1) Es sorprendente e instructivo que esa verdad esté ya “inscrita” en la investigación del científico mientras que para nosotros puede parecer primero asunto de todo conocimiento auténtico de la mística cristiana. (p. Paul Debains)

(2) El Angélico, Universidad dominicana de Roma.

(3) un conocimiento que se pretende riguroso y que acaba haciendo de Dios un objeto, una causa primera, primera… pues…pues…… se puede deducir quizas una serie ilimitada de conclusiones manejando silogismos que harán de Dios un objeto perfecto.

(4) Zundel dice en otra parte que es el padre dominicano español Francisco Marin Solá (1873-1932). Finalmente la querella incendió toda la orden dominicana.

(5) Leer también además los cuatro tipos de conocimientos de Nuestro Señor segun el P. Mac Nabb, dominicano. (Buscar en el sitio web con las palabras: « Mac Nabb »)

(6) Qué importantes son ahora todas estas cosas, algunos hombres tienen todavía una concepción mágica de la Biblia, donde para ellos cada versículo se puede entender independientemente del contexto en que se encuentra. ¡Pero ningún versículo de la Biblia puede ser entendido correctamente si no la conocemos toda entera, ¡conocimiento que sólo la Iglesia puede tener! Todos los fundamentalismos llamados “cristianos” tienen siempre su origen en la ignorancia de esta regla, así como el creacionismo. (p. Paul Debains)

(7) Hay cierta manera de valorizar el Antiguo Testamento, poniéndolo en cierto modo al mismo nivel que el Nuevo porque hace parte del cuerpo de la revelación. Eso nos hace desconocer que, después de la venida de Jesucristo, después de su paso al Padre “estamos en la edad adulta”. Que lo escuchen los que tienen tentación de pensar que Zundel despreciaba el Antiguo Testamento. En ciertos folletos escritos por Zundel durante los primeros años de su ministerio para preparar catecismos, abundan las referencias al Antiguo Testamento. (p. Paul Debains)

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17/06/ 2018 – juin 2018

Déjà publié sur le site le : 12/11/2008 les 12-14/11/208