27-31/12/2015 – Dios es un Dios escondido

Homilía
de M. Zúndel en Lausana, en 1966 en la fiesta de la Sagrada Familia. Publicada en “Ta Parole comme une source » (*). Se añadieron los títulos.

¿Donde se esconde Dios?

Acabamos de escuchar que Dios es un Dios escondido…. Dios es un Dios oculto (Is. 45:15)… Con estas palabras del profeta Isaías no debe extrañarnos que no lo encontremos, que no lo reconozcamos, porque Dios está escondido. ¿Pero dónde se esconde?

Si no encontramos a Dios es porque nos ocultamos a nosotros mismos… Porque no nos hemos encontrado todavía en nuestra vida auténtica.

Jesús nos enseña que está escondido en nosotros. ¿Y cómo está escondido en nosotros? Si no lo encontramos es porque estamos ocultos a nosotros mismos. No encontramos a Dios porque nos escapamos de nosotros, porque no nos hemos encontrado en nuestra vida auténtica.

Jesús lo enseña a la samaritana en el diálogo inimitable del evangelio de san Juan (Jn. 4) que ustedes conocen de memoria… lo que debemos observar es que la samaritana es una pecadora como nosotros. Lo mismo que nosotros, ella ha vivido fuera de sí misma. Busca a Dios en una montaña, como nosotros lo buscamos en un cielo imaginario detrás de las estrellas y, porque, como nosotros, ha vivido fuera de sí misma, no puede amar y es dependiente de una tradición que es un deber, y sabe que todo deber acaba por ser aburridor.

¿A quién darle el corazón?

Ella es una pecadora como nosotros. Y cómo podría no saberlo si su encuentro con Dios hace que se encuentre a sí misma. ¿A quién podría darle su corazón? No puede darlo a un muro, a una abstracción, a un Dios que es un ídolo; no puede darlo a un hombre, el hombre con quien vive no es su marido. Jesús lo sabe y le muestra que lo sabe. Pero no es él quien juzgará su caso: él va más lejos para mostrarle que los desórdenes de su vida vienen de que todavía no ha dado de verdad su corazón por no haberse encontrado a sí misma encontrando a Dios en lo más íntimo de sí misma.

Y justamente, para hacérselo descubrir, para llevarla a descubrir en sí misma la fuente que brota hasta la vida eterna y que es el Señor mismo…

Una presencia de amor

Por una pedagogía muy oportuna, a partir del agua del pozo, Jesús la lleva, la conduce finalmente al centro de ella misma, por un diálogo en que ella buscaba escapar con rodeos cuya importancia no calculaba. Se ve obligada a entrar en su conciencia, a situarse y encontrarse sin sentirse condenada, para hacer el descubrimiento maravilloso e incomparable de una presencia de amor que la estaba esperando en su interior.

Dios está dentro de la samaritana y puede liberarla porque ya no es una infracción, una tradición, un deber. Es un corazón abierto al suyo. Es salvada, salvada de ella misma y virginizada por esa mirada de amor; es inmortalizada por ese diálogo infinito.

Entonces ya no hay problema: el ídolo ha sido destronado. Entonces ella está cerca de su fuente, Dios está dentro de ella y puede liberarla pues ya no es una infracción, una tradición, un deber… Es un corazón abierto al suyo. Es salvada, salvada de ella misma y virginizada por esa mirada de amor; es inmortalizada por ese diálogo infinito; olvida sus faltas y se olvida a sí misma y su jarrón; se va, corre a su aldea para anunciar a sus compatriotas el encuentro inaudito que acaba de hacer y que la ha transformado para siempre.

Construir una basílica del silencio

Dios es un Dios escondido, pero escondido en nosotros, y nosotros sufrimos de estar ocultos a nosotros mismos. Pero cómo justamente dejar de estar ocultos a nosotros si no es bajando a las regiones del silencio, construyendo en nosotros una basílica del silencio que es el terreno de acogida para que Dios pueda manifestarse de verdad, la basílica que debemos construir en nosotros acallando todo lo que es ruido que hacemos con nosotros mismos al obedecer, inevitablemente además, a las invitaciones de nuestro ser pasional.

Encontrarnos, encontrar a Dios, escapar a nuestro ser pasional, ser liberados, respirar en un espacio ilimitado, todo eso es un solo y mismo acontecimiento.

Encontrarnos, encontrarlo, escapar a nuestro ser pasional, ser liberados, respirar en un espacio ilimitado, todo eso es un solo y mismo acontecimiento. Es el acontecimiento de toda nuestra vida de hoy. Es el acontecimiento que debe producirse a cada instante del día, pues ninguno de nosotros puede resistir a los abismos que lleva en sí, a los abismos de tinieblas que no cesan de amenazarnos comunicándonos su vértigo… Ninguno de nosotros puede escapar, a menos que encuentre al instante, es decir a cada instante, el rostro de amor que lo está esperando en su íntimo interior.

El sentido profundo de la oración

Ese es el más profundo sentido de la oración. Cuando pensamos que orar es hacer peticiones solo vemos un aspecto de ello. Y un aspecto ambiguo porque las peticiones, ilusorias entonces, toman a menudo la imagen de nuestro egoísmo y de nuestro abismo pasional.

Hay una oración más concreta, que es la oración por excelencia, la oración que hace el vacío interior para que Dios pueda llenarnos, y es la oración en que escuchamos. Nada hay más esencial para nosotros. Es una oración vital, a considerar con razón como necesidad primordial, como la condición sine qua non para ser y permanecer cristianos, o más sencillamente, para ser y permanecer humanos.

Cuando escuchamos es Dios el que habla. Habla silencio¬samente, habla por lo que es él, habla por la luz que difunde en nosotros, por la libertad que hace brotar, habla abriéndonos horizontes infinitos, habla haciendo de nosotros simple mirada de amor hacia él.

Esta oración no consiste en hacer discursos, en meditar sobre un tema demasiado audio-visual. En efecto, ustedes saben qué necesario y primordial es escuchar. Porque cuando escuchamos es Dios el que habla. Habla silenciosamente, habla por lo que es él, habla por la luz que difunde en nosotros, por la libertad que hace brotar, habla abriéndonos horizontes infinitos, habla haciendo de nosotros simple mirada de amor hacia él.

Sabemos quién es él

Entonces sabemos lo que es él: sabemos quién es. No necesitamos decirlo, es imposible formularlo, ¡pero comenzamos a respirar, existimos! Es un Dios escondido que es necesario descubrir continuamente y, si creemos que podemos llegar a él de otra manera, lo transformamos inmediatamente en ídolo.

Este texto admirable del segundo Isaías: “Dios es un Dios oculto” (Is 45:15), nos invita pues a la oración, a la oración verdadera, a la oración de todo instante que no es formulada, que no necesita de palabras, que se reduce toda a la ayuda mutua, a la atención de amor a lo largo de la vida.

Imposible perseverar en la oración sin ser poco a poco liberado de sí mismo, introducido en la conversación inefable, introducido en el conocimiento nupcial en que se impone el rostro de Dios como luz muy suave, como espacio ilimitado que suscita en nosotros una respiración de amor.

Es imposible perseverar en esta actitud, imposible permanecer a cada instante como testigo en escucha, sin ser poco a poco liberado de sí mismo, introducido en la conversación inefable, introducido en el conocimiento nupcial en que se impone el rostro de Dios como luz muy suave, como espacio ilimitado que suscita en nosotros una respiración de amor.

Dejemos pues gravar dentro de nuestros corazones esta invitación tan discreta del Señor para acallar en nosotros todos los ruidos que se oponen a la divina música. Dios es un Dios Espíritu y verdad, un Dios vivo, un Dios fuente que brota en vida eterna. Dios es un Dios oculto que es necesario descubrir continuamente y que debe ser nuevo cada día en cada uno.

(*) TRCUSLibro « Ta parole comme une source, (Tu Palabra como fuente, 85 sermones inéditos.) »

Editorial Anne Sigier, Sillery, agosto 2001, 442 págs.

ISBN : 2-89129-082-8