15-17/01/2014 – La diferencia de Dios es que no tiene ninguna

15-17/01/2014
– La diferencia de Dios es que no tiene ninguna

Homilía de Mauricio Zúndel en Lausana el 11 de febrero de 1962, 6º domingo después de Epifanía. (Tomado de Ton Visage ma lumière p. 471) (*).

Nota: Este texto ya fue publicado en este sitio, el 9-10/02/2010. Hemos modificado un poco la traducción en algunos pasajes.

Durante la semana de la Unidad, una religiosa tuvo la ocasión de hablar con sus alumnas de diferentes confesiones, sobre el problema de la unidad y había tomado naturalmente toda su delicadeza para no herir a nadie, tanto que después del curso sintió ciertos escrúpulos pensando: “Sin embargo, las alumnas católicas no deben olvidar que la Iglesia Católica tiene las características de la verdadera Iglesia.”

Yo entiendo su escrúpulo (como en todas las confesiones) que el deseo de unidad no sea una forma de infidelidad a una posición que uno cree sinceramente ser la verdadera; y si yo cito la inquietud de esa religiosa, es simplemente porque nos permite precisar, no digo nuestras ideas, sino más bien orientar el corazón hacia la respuesta que Cristo mismo nos daría.

Y creo que esa respuesta está admirablemente formulada por Fenelón, el gran arzobispo de Cambrai, sin referirse en absoluto a esa cuestión además, y quizás sin que previera las repercusiones de sus palabras. Son palabras de Fenelón que encontramos en un tratado filosófico sobre la existencia y los atributos de Dios. Queriendo mostrar la diferencia entre Dios y las criaturas, cada una de las cuales está encerrada en su naturaleza, es ser este y no otro ser, y está rigurosamente determinada en su capacidad de actuar. Entonces escribe la frase tan corta y tan llena que me gusta citar: “La diferencia de Dios es que no tiene ninguna.” (1)

La diferencia de Dios es que no tiene ninguna, mientras que cada criatura está encerrada en los límites de su naturaleza. La naturaleza de Dios es no tener límites, ser infinito, es decir, la plenitud de la existencia que absolutamente nada limita, porque su existencia es la mismísima plenitud del Amor. La diferencia de Dios es que no tiene ninguna. Me parece que en esa dirección nos orientan los escrúpulos de la conciencia confesional.

Entre las iglesias cristianas, en el fondo solo tenemos una pregunta que hacernos, o mejor, un solo problema que vivir y es ese: el verdadero Dios solo puede ser aquél cuya diferencia es que no tiene ninguna diferencia.

Y el verdadero Cristo solo puede ser aquél cuya diferencia es no tener ninguna. Y la verdadera Iglesia solo puede ser aquella cuya diferencia es no tener ninguna. ¿Qué quiere decir eso?

Quiere decir que Jesucristo, para comenzar con él, no viene a limitar nuestra noción de Dios sino al contrario a ampliarla al infinito. Y justamente, el combate que llevó a Jesús hasta la muerte en la Cruz es un maravilloso combate por la libertad humana.

Recuerden este rasgo tan conmovedor: un día de sábado los apóstoles tienen hambre, están cogiendo espigas para comerse el grano, y los arrogantes doctores de la Ley, los acusan de trabajar el día sábado violando así la sacrosanta Ley. Nuestro Señor toma entonces su defensa diciendo: “El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2:27). Muestra que la religión tiende toda a la liberación del hombre, a su perfecta realización en el Amor de Dios.

Y estando la Humanidad de Jesucristo absolutamente despojada de sí misma, toda la vida de Jesucristo en su Humanidad consiste en ofrecer a Dios una perfecta transparencia para permitirnos leer a través de su corazón la Eterna Pobreza de Dios. Precisamente, Jesucristo nos revela a Dios como alguien que se da al infinito, que no es sino Amor y que solo espera Amor de parte nuestra, es decir como alguien que quiere hacernos semejantes a él, hacer también de nosotros una fuente surgente de luz y bondad. Y Jesús nos conduce a ese Dios Pobreza, a ese Dios cuya diferencia consiste en no tener ninguna. ¿Cómo quiere reunir la humanidad sino bajo el signo de la Pobreza?

Y en su pensamiento, la Iglesia, es decir la unidad del género humano tal como él la quiere, como él la vive, sólo puede consistir precisamente en esa apertura ilimitada del Corazón que hace de cada uno un espacio en que los demás hombres puedan respirar, en que todos los demás hombres se sientan acogidos y aprendan que en Dios, ellos están en su casa.

Me parece que ése es prácticamente el único signo de la Iglesia auténtica. Se pueden concebir mil teorías abstractas sobre los títulos y la legitimidad de una institución cualquiera para representar a Dios. Es absolutamente cierto que la única manera de ser cristiano, según el espíritu de Jesucristo, es no tener fronteras.

Porque Jesucristo no es un teórico que quiere darnos ideas sobre Dios. Jesucristo es la divinidad que se nos dirige personalmente, a través de una humanidad que no puede poseer nada, apropiarse nada, limitar nada y que nos transmite en toda su pureza la luz de la eterna inocencia y de la eterna bondad. Y es evidente que a la luz de la eterna inocencia y del eterno Amor solo podemos vivir en un ambiente de universalidad.

Solo podemos dar testimonio del don infinito que es Dios mediante el don de nosotros mismos; y una cosa es absolutamente segura, y es que cuando cerramos el corazón, cuando limitamos el don de nosotros mismos, cuando pretendemos hacer de la verdad una posesión y un monopolio estamos esencialmente en oposición contra el espíritu de Jesucristo.

Por eso la unidad del mundo cristiano solo podrá realizarse en la medida en que cada uno de nosotros viva la Pobreza divina, en la medida en que cada uno de nosotros sea acogedor sin segundas intenciones, en la medida en que cada uno dé testimonio de un Dios que es simplemente la luz del eterno Amor. Porque es evidente que si Dios es únicamente Amor, si es únicamente don de sí mismo, si en su Corazón no hay parcialidad ni frontera, si quiere comunicarse en su plenitud a toda criatura, es perfectamente cierto que la única manera de dar testimonio de su Presencia es siendo nosotros mismos don sin límite ni retorno.

¿Y quién querría rechazar el Evangelio si lo ofrecieran a todos como hogar, como morada, como un corazón, como ternura infinitamente maternal que jamás ha cesado de esperarnos? Mientras el Evangelio no tenga este aspecto, mientras la Iglesia, pretenda lo que pretendiere ser, no sea en nosotros concretamente el Corazón mismo del Señor que late en todos los corazones humanos, es inútil pensar en la unidad o hablar de ella.

Por eso, para que el esfuerzo (realizado milagrosamente además) de una simpatía cada vez mayor de todos los hombres unos hacia otros, y de todas las confesiones unas para otras, prolonguemos el movimiento, con la gracia del Señor, apropiándonos, es decir, haciendo nuestra, es decir alimentándonos de esas palabras admirables de Fenelón: “La diferencia de Dios es no tener ninguna.”

Me parece que esa es la más bella definición de un espíritu auténticamente católico, es decir auténticamente universal, que no sintamos límites en él y que la verdad aparezca no como una idea que tenemos sobre algo, sino simplemente como la luz de la llama de Amor.

Nota (1) Cita de Fenelón : De la existencia de Dios. Segunda parte, cap. V, p. 149. Editorial Lefèvre, Paris, 1844; (en Gallica biblioteca numérica)

«Ser algo preciso es ser esta cosa particular. Cuando digo que el ser infinito es el Ser simplemente, sin añadir nada, todo lo he dicho. Su diferencia consiste en no tener ninguna. La palabra infinito es un término casi superfluo, que lejos de aumentarlo, disminuye el sentido de la palabra: mientras más se añada, más disminuye. Quien diga el Ser sin restricción, significa el infinito y es inútil decir el infinito, si no se ha añadido ninguna diferencia al género universal para limitarlo a una especie.”

(*) Libro « Ton visage, ma lumière, 90 sermons inédits » Editorial Mame, Paris, 2011. 510 pages ISBN : 978-2-7289-1506-4

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